El negocio de la música entre ellos el del estudio de grabación, ha cambiado de forma tan radical en los últimos años. Este cambio ha sido tan profundo, que el paisaje de la música actual se ha redefinido también al hilo de esta mutación.
El drama que está sufriendo el sector cultural es tan serio, que en 2020 se estima que la perdida de ingresos por culpa de la piratería será igual al PIB actual de Australia, lo cual nos indica que no estamos hablando de cifras despreciables.
El impacto que ha supuesto en las economías occidentales es realmente notable, ya que en algunos casos, lo que se ingresaba por concepto de cultura y propiedad intelectual ,representaba un 7% PIB de algunas de las economías de referencia en occidente.
Pero es que el daño es ya tan profundo, que ha dejado algunas cicatrices realmente indelebles. En algunos países de Latinoamerica, existen reproductores de Blu-ray desde hace ya casi una década, pero es la piratería la que se ha encargado de proveer de títulos para ser distribuidos entre los propietarios de estos aparatos, dándose el caso de gente que posee lectores de Blu-ray desde hace años y que nunca en su vida han visto un titulo original en ninguna tienda.
La industria de la música, fue quizás la primera de las industrias nacidas en el siglo XX que sufrió el impacto de los cambios que la tecnología ha inoculado en la vida moderna, lejos nos quedan ya aquellas noticias de las demandas a NAPSTER, los tiempos en los que Metallica le salió al paso los primeros cyber piratas y trató de defender un modelo de negocio que empezaba a ser insostenible.
Luego le han seguido otros negocios, el cine, el periodismo, la industria editorial y últimamente la televisión -caso NETFLIX con Kevin Spacey como cabeza visible de este nuevo fenómeno- todos ellos han sufrido en mayor o menor medida los embates de la libertad que aporta Internet a sus usuarios, y cada una de ellas ha sufrido en distintos tiempos, estas mutaciones en la medida que las bandas de transferencia de datos se han ensanchado.
Eso pone a la música como negocio en una posición de ventaja frente al resto, ya que tiene mas años sufriendo el cambio y por tanto ha tenido mas tiempo de luchar a diario con la pregunta de cómo sobrevivir al nuevo día.
Ya se ha intentado la vía penal, no ha funcionado, se intentado la vía de la edición súper especial con libros, camisetas y fragmentos de ADN del artista incluidos en los packs, tampoco ha funcionado, los ha habido que han dejado a la gente que aporte lo que crea es justo tampoco ha servido de nada, por lo visto a la gente le parece que solo si es gratuito es valido.
Esto ha hecho, que la parte creativa de la música sufriera un profundo golpe que ha dado como resultado, un panorama musical demasiado homogéneo, simplificando todo hasta cotas que parecen odas a la mediocridad. Hoy en día es muy complicado encontrar propuestas que realmente nos hagan levantar la mirada.
Fenómenos como el de Amanda Palmer resultan llamativos, ya que hacen ver que sí hay salida, quizá el caso de Amanda sea un caso aislado, pero la realidad es que está allí y no podemos obviarlo.
Después de Amanda, vino una avalancha de gente pidiendo grabar discos mediante el crowdfunding, y claro otra vez entramos en la homogenización del fenómeno.
Ante este panorama, empezar las jornadas de trabajo con la pregunta ¿que tendré que hacer hoy para seguir haciendo lo que me gusta y ademas ganarme la vida con ello? se ha convertido en algo habitual.
Por lo visto la respuesta es hacer mas por menos, pero al menos hacer.
El modelo de subsistencia que han adoptado muchos profesionales de la música en los últimos años, se ha convertido en un modelo factible en el sentido de que esto ha traído como consecuencia que haya que tirar cada vez mas de ingenio para hacer que las cosas funcionen.
Las disqueras modernas ya no firman a los artistas por su música firman al artista por su trabajo, es decir, ahora producen a los artistas (en los contadísimos casos en los que los producen) y no solo se quedan con el mayor porcentaje de la venta de discos -algo que está en extinción- ahora también son dueños de una parte del caché de los conciertos, y de la participación de sus artistas en campañas de medios, y claro está, en la parte editorial.